y todo el tiempo caen del cielo, patas arriba, golpeando el suelo con un ruido seco, insectoso. Como caen en superficies lisas permanecen durante horas estirando y recogiendo alternativamente los tres pares de patas y cada tantos pataleos extienden las aletas transparentes y doblan el abdomen para alzar la parte baja del cuerpo, sin conseguir nunca despegar la cabeza del suelo. A lo mucho, y si la superficie se los permite, logran impulsar su cuerpo a lo largo de varios centimetros. Los que se salvan, son quienes tienen la suerte de alcanzar un terreno irregular donde su pataleo y doblamiento sistematico termine por enderezarlos.
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