Nadie necesita interpretarme el sueño de anoche, en el edificio con las mujeres-gallina. Las paredes todas grises, las ventanas muy chicas y a una altura fuera del alcance de cualquiera con estatura promedio. A través de una de ellas contemplaba el atardecer, afuera era un barrio tranquilo, una colonia para familias de clase media-baja. Me espantaba que las mujeres-gallina hubieran aceptado trabajar en semejantes condiciones, como si no supieran que tenían derecho a la luz, al aire fresco. Yo había entrado de algún modo porque algo se me perdió dentro y para este punto era incierto que pudiera encontrar la manera de salir. Conforme anochecía el interior se volvía tétrico, office-like tétrico, iluminado con unas pálidas luces blancas que hacían lucir a todo sucio, viejo, industrial.
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