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1.7.07

Algunas notas sobre el impulso creador (escritas desde la angustia y ostentando a great deal of subjetividad).

"en Leonardo sus afectos eran domeñados, sometidos a la pulsión de investigar. No amaba ni odiaba, sino que se preguntaba por qué debía amar u odiar." -Sigmund Freud sobre Da Vinci.

I. El mundo como es

Pocas veces la vida demanda algo de nosotros: un esfuerzo mayor, una atención especial sobre algún asunto. La mayor parte del tiempo todo reposa en su sitio, con inalterabilidad que debería parecernos sospechosa[1], y en cambio pasa desapercibida. Lo peor es que tal estabilidad podría confundir a algunos y hacerlos pensar que la felicidad es eso. A ellos (¿debería incluirme?) pregunto: ¿Alguna vez te has sentido sólo una repetición de la vida de otros? A veces uno lee una noticia o ve en el cine un documental que afirma que hay algo más en la realidad que los acontecimientos que vemos todos los días. A veces uno se altera por esto y se propone investigarlo a fondo. Pero la cotidianeidad crece más rápido que una trepadora para obstruir la vista. De alguna manera, a pesar de confiar en que el mundo que hemos atisbado es, para ciertos efectos, verdadero, no se siente ninguna urgencia por vivir en este "afuera", por trasladarse a él. Se puede (nuestros padres lo saben bien) vivir una vida entera sin que los conflictos de los demás realmente nos afecten. A parte, acostumbrados a que nuestro estilo de vida se vaya degradando de poquito en poquito, alegamos sencillamente que las cosas son así y que no van a cambiar nunca. Casi nadie piensa que posiblemente, nuestro estilo de vida -heredado y todo-, y lo que cuesta mantenerlo así: inalterable, es justamente la causa de los crímenes que en todo el mundo cometen unos hombres contra otros. No sabemos, de todos los clicks que damos a nuestra computadora en un día, y los botones que oprimimos una mañana de oficina; cada llave que se abre, cada descarga de la taza del baño, cada tarjetazo en una tienda, cada viaje en automóvil, camión, metro; cada quitar la envoltura de jabón, galletas, papel de baño etcétera.... No sabemos lo que ocurre detrás de cada una de estas operaciones y cuando alguien sugiere la inconveniencia de estos pequeños actos tenemos que decir: entonces no hay manera de solucionarlo.

II. La cercanía del fin

Crecimos viendo en la televisión películas y caricaturas que hablaban sobre el fin del mundo. Casi todas tenían un mensaje que pretendía ser preventivo, conscientizador. Pero ahora es evidente que tuvo un raro efecto contrario: una juventud acostumbrada a la proximidad del fin. Por calmar nuestro terror de niños, terminamos por aceptar el Apocalipsis como un destino no tan malo (rather spectácular). Somos ahora parte de una juventud que desconoce, incluso niega la idea de futuro más allá de una catástrofe mundial. O, ¿alguno de nosotros se ha pronunciado alguna vez en nombre de las próximas generaciones? No. Ni siquiera nos preocupa tener descendencia. Nosotros somos la próxima generación y la próxima. Pretendemos ser siempre jóvenes, divertidos, irresponsables. Hay quienes han demostrado que se puede vivir siempre así: son nuestros héroes, nuestros libertadores.

III Sobre la profundidad de nuestras observaciones

Así como la vida no nos llama a hacer nada heroico, tampoco nos pide crear nada. Más bien espera que seamos voraces consumidores de lo que ya existe, de lo que se produce industrialmente. Incluso, entre nosotros nos apabullamos: decimos ante cualquier propuesta: eso ya se ha hecho antes. Y, sin embargo, si alguien pretendiera pararse en la cima de todo lo creado, no llegaría a ella a lo largo de toda su vida. A menos que se escriba desde alguna posición consagrada, se espera de todos los incipientes creadores una obra original, y no se valora tanto el hecho de que sea propia. No sé si esto sea necesariamente malo. Sólo quiero decir que este panorama de sobreoferta ahoga muchas veces el impulso creador. Pero esto sólo significa que uno debe explorar mucho más a fondo de sí mismo, pues como decía Hobbes acerca de la naturaleza humana, Bachelard acerca de la imagen poética y Jung sobre las formas arquetípicas, sólo se puede alcanzar la universalidad (y, raramente, tal vez también la originalidad) en el punto más lejano hacia el interior de uno mismo.

IV Sobre el impulso creador

(Va mi idea un poco controvertida.)

El impulso de crear no llega antes que la inspiración. Esta última es el resultado de una operación cotidiana: la asimilación del mundo por medio de una visión propia; percepción especial, auténtica. Esa visión, ese filtro especial -el ojo literario, diría Paty Laurent- no es otra cosa que la subjetividad, que unos consiguen asumir y otros se esfuerzan por apaciguar (con la intención de encajar en una normalidad, un estándar).

El que asume la propia subjetividad libera su imaginación y la deja hacer. Esto no es exactamente crear. Incluso, llegar a este punto, podría decirse, es un promedio. Sólo las personas más patéticamente nefastas reprimen a tal grado su subjetividad que no tienen un mundo interior (propio).

Dichas imaginaciones por sí solas no producen ningún afán por ser comunicadas. Pero sí, en muchas ocasiones, el de hacer algunos garabatos para complacerse (el propio autor) con ellos. Todavía ningún llamado a crear una obra que se pueda compartir con los demás. En algunos casos, sin embargo, esos garabatos tienen una forma más o menos comunicable. En casos extremos -no muy raros- estos primeros intentos llegan a constituir verdaderas obras maestras, como después son juzgadas). Algunos lograrán especializarse en su garabateo, de forma que a lo largo de toda su vida experimenten un sano flujo entre consumir y producir. Guiados por su intuicion (tienen estrella, alguien diría) son creadores. Aunque trabajan siempre desde el irracional y no se preocupen nunca por entrenar el consciente. Para otros, sin embargo, estos inocentes esfuerzos tendrán el catastrófico efecto de vaciarle de todos sus valiosos insights (idea robada a Ayn Rand, a quien, no sé por qué, casi detesto leer).

El impulso de crear, por otra parte, viene forzosamente de la angusita. Tomar consciencia de que uno va a morir y con él, todas esas preciosas imágenes, teorías, definiciones... De que va a morir sin dejar una huella y que en la suma de todos los siglos de esta particular era, su paso por el mundo será apenas rastreable.[2] Me refiero al impulso de crear, de materializar lo que existe como una vaga impresión en nuestra mente. De convertirlo en casi un objeto que se puede compartir con otros: un mensaje en código capaz de decifrarse.

Esta afán es el impulso creador: nos obliga a hacer muchas cosas como comprar un canvas, una laptop, abrir un blog. Pero incluso este impulso preocupante es fácilmente diluido entre los acontecimientos de una tarde. Uno puede salir a dar una caminata, tomarse un café, o arreglar una cita: entonces la angustia se diluye. El temor a morir sin dejar huella es sustituido por una experiencia de vida que envuelve todo: sentidos, afanes, placer. Como si la inmortalidad que se consigue (pretendidamente) en la creación de un original, fuera completamente intercambiable por un momento de completez. Decimos incluso que hay personas que hacen de su vida un arte, por su habilidad de proveerse a sí mismos la oportunidad de vivir momentos así de forma habitual.

Así, del genio creador común (posible para todos los hombres) podemos descartar a quienes reprimen su mundo interior, a quienes se detienen en su garabateo (no así los que se especializan en él), y a quienes diluyen esta urgencia en el arte (bien o mal practicado) de vivir. De todos ellos, sólo el primero me parece condenable. Los otros dos me parecen congruentes con lo que significa ser un humano, e incluso, bajo cierta luz, admirables.

IV Sobre la creación (o, ¿creíste que sería gratuito?)

No se puede crear desde la posición del que vive. Uno debe declararse muerto para todo otro efecto. Hay que disponer las cosas para estar fuera de los acontecimientos cotidianos, incluso para estar lejos de otras creaciones en cuyo regusto podría diluirse el afán propio. No lo digo por otra cosa, más que la experiencia propia de ver mis propios impulsos diluirse a medio camino entre la inspiración y la creación. A menudo el mundo parece decir: todo está bien, nadie está esperando nada de ti. Gracias a los medios de comunicación, la tecnología, la proliferación de escuelas de arte en los países industrializados, dice, la tuya es una generación de creativos. ¿Así que, por qué molestarse? Por el contrario, nos hacen falta espectadores y consumidores. Y tu tienes cara de que eres uno de ellos. Así el mundo nos dice que no somos necesarios. Se vuelve indiferente hacia nuestra existencia. Tal como la naturaleza es indiferente al quehacer del hombre (la belleza ocurre en cada atardecer, aún si no hay nadie cerca para apreciarlo). En este punto, la única isla cercana parece ser el de la resignación. Aceptar esa cosa que tiene pinta de felicidad, aunque no lo sea. La alternativa es seguir nadando, aferrarse a los impulsos, a la angustia. La alternativa es herirse uno mismo, sangrar. Destruir todo al rededor, toda otra posibilidad de existencia. Incluso si, luego de años de sacrificio, volverá uno a encontrarse en medio de la nada. Hay, por último, quienes toman esta decisión que resulta, como toda gran empresa, irracional desde un principio. Para ellos (¿podría incluirme?) digo que vale la pena una vida de privaciones a cambio de un sólo objeto creado, por minúsculo que sea. Y que esto también es completamente humano.



[1] Hace pensar que tenía razón Parménides al explicar que el cambio es una fantasía (es imposible que el no ser sea, por lo tanto, no existe un vacío hacia donde pudiera ocurrir el cambio). Hace pensar que la Grecia clásica jamás existió, que los libros están escritos para ejercer el engaño. Hacen pensar, volver a pensar, que la subjetividad lo es todo. Que el mundo (aún aquello que apenas concebimos) es un invento nuestro: mío. Que soy el único sujeto consciente, y todos los demás forman parte de la conspiración.

[2] Ahora, mientras lo planteo en términos de eras, el sentimiento de la angustia me empieza a parecer ridículo.

2 comments:

  1. disfrute leyendo este articulo. me encanto este atrevimiento de "subjetividad" que es lo que en realidad da valor a la vida. Me encanta que hayamos olvidado o que hayamos rebajado el significado de la muerte y el fin propio, pero más aún la capacidad de la desición humana sobrfe la sociedad. Al parecer la persona está incompleta haciendo lo que puede en su relación con las otras personas,a veces juzgarlos y declararlos parte del problema es muy arriesgado, pero necesario. si la manada se dirige al barranco, todos iran a caer.

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  2. Gracias! aunque no estaba haciendo por juzgar, m'as bien por entender. Pero, como dices, de pronto culpar a otros (o mejor dicho, a lo otro) quita un poco de peso de encima...

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