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24.7.07

a the end of the world is near feeling

Una cosa es cerrar capítulos: hacer un cierre-ritual de una época de la vida demarcada subjetivamente como tal. Otra cosa, sin embargo, es ver por todos lados cómo las cosas se acaban. Seguramente lo único que pasa aquí es que he estado atribuyéndole al mundo exterior mi estado de ánimo. No big deal. Pero es interesante lo que esta experiencia de supuesto mundo supuestamente llegando a su fin te hace pensar.

Por lo pronto, el sentimiento se ha instalado en mis órganos. Mi estómago, por ejemplo, lo siento pulsar constantemente. Tenso, como si quisiera advertirme de un peligro. La garganta también, apretada. El corazón, ni qué decirlo, sobrecogido todo el tiempo. Cuando era niña, tuve un conejo blanco al que vi morir después de que algo, por accidente, le golpeara la nuca. Los ojos rosas iban tornándose grises y la respiración era cada vez más agitada. Nunca olvidaré ese gesto de franco temor ante la inminencia de la muerte. ¿Es posible que yo -sin ningún peligro real al acecho, sin ningún padecimiento mortal- tenga el pulso acelerado y la mirada fría, helada, ante la inminencia de la vida y, por lo tanto, de la muerte?

Últimamente he pensado mucho en lo infinito de la existencia humana. No que crea en la supervivencia del alma a la muerte del cuerpo. Más bien pienso en el tiempo subjetivo y el peso, o el pesar. La hora de la angustia: ¿no es siempre interminable? Probablemente el terror en la cara de la pequeña mascota no fuera exactamente el miedo de morir sino una súbita consciencia plena de su propia existencia y también del carácter finito de ésta Y esos escasos segundos de agonía los haya vivido tal vez como una eternidad completa, no por el largo del tiempo, sino por la intensidad de la emoción vivida, la plena consciencia de sí y de lo que experimentaban sus sentidos.

La filosofía existencialista nos exalta a no alejar de nosotros el sentimiento de angustia y esa súbita consciencia de uno mismo en el mundo. En cambio la cultura que se forja en el día a día al rededor de nosotros nos distrae. El mundo social, incluso, promueve esa distracción para no tener que experimentar él mismo (en unidad y colectivamente) tal desasosiego. ¿Pero por qué es este sentimiento necesariamente indeseable? ¿Es que la vida que se vive cual si uno fuera un objeto, la vida corta, objetiva y sin temerarios saltos hacia la profundidad del vacío... es una experiencia más grata?

¿No será posible un estilo de vida, y más aún, una cultura que albergue en lo más profundo de sí esa realidad ineludible, y que todo lo que se constituya sea sobre esa absoluta consciencia del carácter finito de la vida humana y no, como vivimos ahora, en un rechazo que es contradictorio e incompatible y que provoca tantas otras dolorosas contradicciones en el mundo como la pobreza aniquilante o la opulencia insatisfactoria?

I know that what i’m saying has already been said many times. Y, justamente, como dice Camus: nunca nos asombrará lo bastante que todo mundo viva como si nadie “supiera”.

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