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24.4.09

como individuo. como masa.

Conocí a un hombre. Su vida consciente es un derrumbe a favor de un universo privado. Y a una mujer que, sepultada adentro de sí misma, interconecta tuberías para dar sentido a aquello a lo que se acerca ciegasordamuda. Ellos no se conocen aún. Y la vida del diario tiene tan poquito qué ver con cualquiera de los dos. Pasan delante de mí sin percatarse. Yo que siempre estoy sentada junto al ventanal, tal como me explicó papá, imaginándome en el tren que me trajo hasta aquí. Anáhuac es tan plano. No hay picos y cuando va a llover los nubarrones bajan hasta pocos metros del terragal por el que arrastro los holanes desde las 06:45 am en primavera. Por aquí pasan a veces; sin embargo ese hombre y esa mujer se quedaron en la ciudad cuando yo me vine a vivir al rancho en la casa desaparecida, la de los adobes infestados de caracolas y el ventanal hasta abajo con el marco de madera podrida. Me vine despacio en un tren que ya no pasa para corroborar lo que dicen los libros acerca de las constelaciones y los ciclos de la luna, los cambios de estación y el nacimiento de los animales. No quiero abundar en ello pero sigo pensando aquella idea del año pasado acerca de hechos a los cuales aferrarse: que hay pocos. Y aún el crepúsculo y el álba son la letra a de mi enciclopedia para factchequear. Observo. Mi padre tiene 4 años. Y yo vine a suplir una ausencia, lo cual siempre me ha parecido lógico, porque sé que tengo mucho, o todo de la que se fue. La que empezó de nuevo cuando ya tenía una vida hecha. La que tuvo dos vidas y ninguna entonces. Y que en una concibió a un niño que por siempre tendría cuatro años. Y en otra a una mujer y a un hombre.

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